¿Hay lesiones cerebrales que afectan a nuestra ética?
La neurociencia ve una conexión
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Phineas Gages trabajaba como capataz en la construcción de una línea de ferrocarril en Vermont, Massachusetts. Aquel mal día de 1848 colocó, como siempre, una ... nueva carga de dinamita para las voladuras. Solía hacer un agujero en el suelo, metía el explosivo, lo tapaba con arena y luego presionaba todo con una barra de acero de más de un metro y unos cuatro centímetros de ancho. Aquella tarde, algo falló. La dinamita explotó y la barra salió despedida a toda velocidad contra su cabeza. Le arrancó la mejilla izquierda y buena parte del cráneo, incluidos los lóbulos frontales. Milagrosamente, sobrevivió. Gages era un tipo sociable y responsable, que rebosaba amabilidad. Tras el accidente, cambió bruscamente. A pesar de que su memoria estaba intacta, pasó de ser alguien metódico a vivir en un completo desorden. Y hubo más. Se convirtió de golpe en alguien impulsivo, muy irritable, antisocial, irrespetuoso y huraño. Dejó de calibrar las consecuencuias de sus actos. Según la neurociencia, hay una relación directa entre la afección a su corteza prefrontal y su cambio drástico de actitud.
Diego Emilia Redolar, neurocientífico de la Universitat Oberta de Catalunya, conoce bien los efectos que puede tener «una lesión en la corteza prefrontal ventromedial». Hay varios estudios que muestran que «si se sufre una lesión en esta zona en épocas tempranas del desarrollo, esas personas se muestran incapaces de saber lo que está bien y lo que está mal». No piensen solo en niños. La corteza prefrontal acaba de madurar en edades posteriores, entre los 20 y 25 años.
«Cuando la lesión sobreviene en la edad adulta no saben aplicar correctamente las decisiones éticas pero sí saben lo que está bien y lo que está mal». En torno al año 2000, cuando se publicó esta tesis, generó un gran revuelo porque «parecían haberse encontrado las bases de la moralidad».
Redolar explica que para la explicación científica de todo esto hay una hipótesis muy extendida, la del «marcador somático», formulada por el neurocientífico Antonio Damásio. Se refiere a esa «sensación desagradable» que sentimos después de hacer algo que sabemos que está mal. «Si robas algo, notarás una sensación negativa, incluso de forma corporal, quizá un sudor en las manos y un malestar, por ejemplo». Según esta tesis, las personas que tienen lesionada la corteza prefrontal «no tienen este marcador somático» y por eso puede resultarles más sencillo «dañar a alguien o cometer un desfalco» ya que no sentirán esa sensación negativa.
Damásio ha hallado pruebas que apoyan esta hipótesis del marcador somático en pacientes neurológicos que presentan un comportamiento social alterado debido a lesiones en la corteza frontal.
Asesinos
Hay incluso algunos ejemplos extremos. Un estudio reciente, publicado por la prestigiosa revista científica PNAS, vincula determinados accidentes y tumores cerebrales con la comisión de delitos. Aparecen casos de personas sin ningún antecedente que cometen crímenes posteriormente. Conviene tomar este asunto con cautela. «Tener una lesión cerebral no aboca a cometer delitos ni le convierte a uno en asesino en serie, ni mucho menos», recalca el experto de la UOC. En nuestras acciones influyen numerosos factores, desde las reglas sociales de comportamiento, la empatía o el temor al castigo, entre otros. Al final, cada individuo decide la respuesta sobre los estímulos.
Hay una parte extrema en esta historia. El estudio de la PNAS analiza en profundidad el cerebro de 40 violadores y asesinos en serie que tenían una vida relativamente normal antes de sufrir una operación, un tumor cerebral o un traumatismo craneoencefálico. Los autores de ese estudio recalcan que «para la conducta moral, más que una parte concreta del cerebro, influye la interacción de diferentes regiones cerebrales».
En PNAS se cuenta el caso de Charles J. Whitman, un exmarine que mató a una quincena de personas disparando desde la torre de un reloj en Texas. La autopsia encontró un tumor cerebral que pudo afectar a su juicio y se hallaron en su casa «cartas con pensamientos extraños». Conviene recordar que millones de personas sufren tumores cerebrales y traumatismos craneoencefálicos sin dar síntoma alguno de este tipo. «En neurocirugía, donde hace años se quitaba una parte amplia que rodea los tumores, hace tiempo que solo se actúa sobre la parte imprescindible porque se conoce su importancia».
El doctor en neurociencia Redolar -que ha publicado hace poco 'La mujer ciega que podía ver con la lengua'- explica que «la amígdala, además de encargarse de las señales de peligro y su respuesta, también está relacionada con la agresividad. Pensemos en asesinos impulsivos. La amígdala en ellos es muy reactiva y la corteza prefrontal poco. La segunda es la que reduce la intensidad de la respuesta emocional, la que nos permite apagar la amígdala. Pero si esa parte está dañada, no lo hace».
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